CAP. XIII . EN EL QUE SE REFIERE LA HISTORIA DE
LA HIJA MORA DE UN RAJÁ EN ROMA CON UN RAMO EN EL PISO DE ENCIMA, MIENTRAS DOS PASTORES CHUPAN DULCE A DESHORAS CON
CATALINA DE MEDICIS QUE RECORTA POESÍAS CON UNAS TIJERAS DE TRISTÁN.
Permanecía aún fresca en mi memoria
la lectura que había hecho del “Curso de lingüística” de Saussure, para
descubrir, al final, que lo que estaba buscando era una historia de un huevo de
pato empollado por una gallina, o, lo que es lo mismo, la posibilidad de una
lengua universal estable en el tiempo. Pero ese es otra historia y si quieren
saber más sobre lo que me interesaba tanto que me llevó a un libro de José
Sazbon (“Saussure y los fundamentos de la lingüística“) sobre este curso, a su
lectura me remito, que si les place como a mí será mucho deleite el que
obtengan.
Lo que importa ahora es que me llamó
la atención su teoría de la lineabilidad, el 2º de sus principios: el carácter
lineal del significado. Éste nos dice que por ser de naturaleza auditiva, el
significante se desarrolla únicamente en el tiempo y toma los caracteres de
este: a) representa una extensión y b) esa extensión se mide en una sola
dimensión (es una línea). Comenta que es tan evidente y simple que nadie ha
enunciado este principio, siendo sin embargo fundamental y derivando todo el
mecanismo de la lengua de él. En la escritura se sustituye la sucesión en el
tiempo por la línea espacial de los signos gráficos.
Entiendo que cuando Saussure habla
de la línea espacial se está refiriendo a la línea longitudinal, pues sólo hay
una dimensión, lineal ésta, y aplicada a la naturaleza auditiva, en efecto, sólo
puede penetrar en la franja que divide el pasado del futuro, esto es, en la muy
delgada línea del presente, donde letra a letra, silaba a silaba y palabra a
palabra van ordenándose de tal forma en esa línea que el que oye recibe esas
letras y ese orden de la manera precisa que el que habla sabe que le va a oír y
entender. La naturaleza auditiva recibe la línea del presente letra sobre letra
hasta componer silabas, palabras y frases. El emisor también lanza oralmente
una línea de forma obligatoria, si es que quiere hacerse entender.
El problema está en la escritura
donde aparentemente también está todo conformado por una línea, pero qué es lo
que pasa si bajo las palabras se esconden otras palabras. Así si escribimos
ROMA aparentemente es el nombre de una ciudad, pero leído al revés se oculta la
palabra AMOR, y si recombinamos el orden de las letras puede aparecer MORA o
RAMO. Así por lo menos hay tres palabras más escondidas en lo que en principio
parecía una. Y lo mismo puede suceder con las frases. Aquí el principio de
lineabilidad parece que puede romperse, siempre, claro esta, que no se respete
el orden de emisión de las letras.
Se trata, pues, del viejo juego de
palabras de “no es lo mismo se avecina la tormenta que se atormenta la vecina”
o “no es lo mismo dos tazas de té que dos tetazas” o “no es lo mismo la hija
del raja que la raja de la hija” o “Catalina de Médicis que… qué me dicis
Catalina”, o el famoso “no es lo mismo tejidos y novedades en el piso de encima…
qué te jodes y no ves nada y encima te pisan”. Es pues un juego de niños con
palabras donde se pueden cambiar el orden de estas, o sus silabas o las letras.
Muchos años hace que oí el conocido chiste de ¿Cómo se dice en suahili:
desafortunado en el juego, afortunado en amores? … pues: bingo chungo, chocho
chachi, o también se puede decir: bingo chachi, chocho chungo, si es que
queremos decir afortunado en el juego, desafortunado en amores.
Vemos que estos juegos comienzan
diciendo que “no es lo mismo…”, porque su sentido puede cambiar por completo
dependiendo de el orden de letras, silabas o palabras. Pero en un anagrama
perfecto, que los anteriores no todos lo eran, la cosa cambia, pues
verdaderamente se pueden esconder palabras o
frases en otras palabras o frases, con lo cual estaríamos diciendo más
de una cosa en una línea, escondiéndose entre los renglones algo que
aparentemente no se ve de forma lineal. El orden de las letras puede
proporcionar más de una sentido, doy ideas para una posible aplicación en
telecomunicaciones, con una sola línea se pueden tener varias comunicaciones
con el ahorro consiguiente, aunque sería un problema si, como a Menard, te
salen varias frases y no sabes cual es la verdadera o la que te corresponde.
Así pues tenemos en el anagrama la
posibilidad de esconder y encontrar cosas ocultas, sea esa la intención del
autor de la palabra o frase o no. Algo sencillo, por ejemplo, quién le iba a
decir a Garcilaso de la Vega que tras su precioso verso “El dulce lamentar de
dos pastores…” se esconde “El dulce lamen tarde dos pastores…”, que no sólo es
exactamente o técnicamente un anagrama, que también lo es, sino que Marius
Serra nos aclara en su libro que se trata más bien de una “disociación”. Quién
va a pensar que detrás de Barcelona se oculta “Bar el Cano”, o “él no cabrá”, o “era blanco”, o “bean
claro”, con alguna faltilla de ortografía, que la última sería anafonía más que
anagrama.
Por tanto la lineabilidad queda rota
en el momento que decidimos recolocar el orden de las palabras, eso si, colocándolas
otra vez de forma lineal, pues no nos podemos zafar de ese 2º principio de
Saussare de ninguna forma, si es que nos queremos entender. A este respecto es
gracioso un método para hacer poesías que se le ocurrió a Tristán Tzara, lean cómo:
Tomad un periódico.
Tomad
unas tijeras.
Elegid
en el periódico un artículo que tenga
la
longitud que queráis dar a vuestro poema
Recortad
el artículo.
Recortad
con todo cuidado cada palabra de las
que
formen tal artículo y ponedlas en un saquito.
Agitad
dulcemente.
Sacad
las palabras una detrás de otra,
colocándolas
en el orden en que las habéis sacado.
Copiadlas
concienzudamente.
El
poema está hecho.
Ya
os habéis convertido en un escritor
infinitamente
original y dotado de
una
sensibilidad encantadora.
Este ejemplo lo descubrí en “Verbalia”,
libro divertido y encantador a más no poder. Y viene de perlas aquí para
explicar los anagramas, pues escrita letra a letra cada una de las palabras que
integran una frase si recortamos todas esas letras y las metemos en un saquito
y cual sonajero lo agitamos, sacadas otra vez a la palestra podremos ordenarlas
de forma que ocupen puestos diferentes. Mientras están en el saco son neutrales
pero una vez fuera, si llegan a conformar otra frase, cobran un valor y una
utilidad distinta de la que disfrutaban en la frase originaría. Una conversación
de dos locos sobre el teatro de la vida podría rematar la comprensión de este
fenómeno:
…dime, no has visto tu representar alguna comedia,
adonde se introduzen Reyes, Emperadores y Pontifices, Caualleros, Damas y otros
diuersos personages. Vno haze el rufian, otro el embustero, este el mercader,
aquel el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple. Y, acabada
la comedia, y desnudandose de los vestidos della, quedan todos los recitantes
yguales? Si he visto, respondio Sancho. Pues lo mesmo, dixo don
Quixote, acontece en la comedia y trato deste mundo, donde vnos hazen los
Emperadores, otros los Pontifices, y finalmente, todas cuantas figuras se
pueden introduzir en vna comedia: pero en llegando al fin, que es quando se
acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciauan, y
quedan yguales en la sepultura. Braua comparacion, dixo Sancho, aunque no tan
nueua, que yo no la aya oydo muchas y diuersas vezes, como aquella del juego
del axedrez, que mientras dura el juego, cada pieça tiene su particular oficio,
y en acabandose el juego, todas se mezclan, juntan, y barajan, y dan con ellas
en vna bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.
Cada dia, Sancho, dixo don Quixote, te vas haziendo
menos simple y mas discreto.
Así las letras ocupan un particular oficio distinto en
cada palabra y estas al formar una palabra en una oración o frase se
transforman en sintagmas, con un valor diferente si las cambiamos de posición y
las meneamos como Pierre en sus juegos, cambiando el sentido y dando una vuelta
a la expresión del conjunto. La bandeja se transforma entonces en una especie
de tablero de ajedrez donde mover una letra o palabra es lo mismo que hacer una
jugada, y encontrar una vuelta perfecta sería dar una jaque mate. No debemos
olvidarnos de los signos de puntuación tratando de los estudios de un erudito
puntilloso en extremo como Menard, que se jacta en una de sus notas de haber
compuesto una lista manuscrita de versos que deben su eficacia a la puntuación.
Pero puestos a comentar obras que
puedan afectar a la comprensión de este grave caso e importante asunto no he
hablado todavía de otro libro que se anuncia, aún en preparación, que yo lo
espero, de un tal Cózar, curioso apellido que comprenderán que me llame la atención,
y que se trata de un estudio gigantesco y muy completo sobre Manierismo
literario, del que ya se pueden disfrutar de algunos anticipos, y que me ha
proporcionado también miles de ejemplos magníficos, demasiados, de formas difíciles
y una cantidad increíble de datos, que agradezco.
Como conclusión a todo este “intersit”
sobre el tema principal que me ocupa, cual es la presentación y primeros análisis
de la documentación de Pierre Menard, y que me ha llevado a un pequeño estudio
de los juegos de palabras, entre ellos las adivinanzas y los anagramas, he de
decir que tengo que dar la razón totalmente a éste cuando afirma que la época
de Cervantes, el Siglo de Oro, es una época dorada de los juegos de palabras
entre otras muchas cosas. Se puede afirmar con él que había una fiebre lúdica
literaria enorme, y todos los grandes escritores rendían la debida pleitesía a
estos juegos, de moda por entonces. Era el cultivo de lo que Cózar llama “las
formas difíciles”, una pasión durante lo siglos XVI y XVII, su gran momento en
todos los países e idiomas. Es importante destacar que no sólo Cervantes las
practica, sino también grandes escritores como Garcilaso, Lope de Vega, Liñan
de Riaza, Avellaneda (sea quien fuere), Quevedo, Góngora, Calderón, etc.
Todo esto no quiere decir, en
absoluto, ni que el lencero portugués sea de Cervantes, ni que éste pretendiera
hacer una adivinanza con su “… de cuyo nombre no quiero acordarme,…”. Esto lo
quiero dejar muy claro, pues una cosa es lo que Menard piensa y otra muy
distinta lo que pueda pensar yo. Debo adoptar una posición muy crítica con
respecto a sus hipótesis, ya que no las considero probadas en absoluto, además
de resultarme poco serias. Sin dejar de reconocer que sus fundamentos están bien
basados, y que la ilusión, con su riesgo y todo, tiene mejor aspecto que la de
Saussure, por su rigor, su cuadre matemático, su aspecto lúdico adivinatorio, y
la seriedad de su método, todo ello tiene mucho más valor que la locura
transitoria del ginebrino.
Pero para esto hay que aportar
pruebas científicas irrefutables, y éstas no han aparecido en absoluto. El
hecho de haber descubierto una afición, moda, o como se le quiera llamar, en la
época de este autor, es solamente un dato de interés que apoya pero no confirma
lo que dice Menard. El hecho de que el mismo autor en su anterior y primera
obra publicada, La Galatea, haga unas cuantas adivinanzas interesantes, no
obliga a pensar que en la siguiente obra vaya a hacer algo parecido.
Todo, pues, se queda en una hipótesis
no confirmada sino sólo expuesta, y por mi parte trato de encontrar alguna
pista que me aporte este estudioso francés, o bien algo que se le escapara o no
interpretara correctamente. Lo cual puedo decir con tristeza que aún no se ha
producido, y por el camino que veo que lleva dudo que consiga extraer algo
positivo de todo este análisis. Aún así tengo que reconocer la originalidad de
su locura, de su obsesión, y por ello debo seguir escudriñando sus cuadernos,
sus notas, y la evolución de toda su argumentación, al objeto de que no se me
escape algún aspecto o razonamiento que pudiera tener interés para los Anales
de la Mancha, pozo inagotable de datos al que unos pocos más, por muy curiosos
y alocados que sean, creo que no han de molestar.